Ah, esos hermosos días de la infancia en los que somos libres de jugar a gusto y placer.
Los días de cine y pochoclo. Los días de plaza y calesita. Yo jugaba desde que salia del colegio, hasta las diez de la noche.
Las noches templadas de septiembre tiene una magia especial. Y los niños de por aquel entonces necesitabamos muy poco para pasarla en grande.
Esos días tenían cierta eteridad siniestra que ahora sólo reina en los sueños.